POPITAS

HISTORIA DESDE EL CONFINAMIENTO: CAPÍTULO XXXIX

Como cada día que me toca ir al súper, lo primero es ir directo a la estantería de las patatas fritas, los frutos secos  y  demás aperitivos,  a ver si hay Popitas. Como cada día, la frustración al comprobar que en su sitio sólo queda la etiqueta con el precio que, por cierto, cada día está más inflado…

Sigo, pues, con la compra, a por la leche, las naranjas y las alcachofas, y a coger el número en la pescadería. Estoy atento y cuando cantan mi turno voy rápido a por los mejillones y las anillas de calamar para los tallarines picantes de hoy. La dependienta me interroga sobre si los quiero de roca o normales cuando de reojo advierto que un reponedor pasa por detrás, empujando un carro lleno hasta arriba de paquetes de Popitas. Dejo a la pescadera con la palabra en la boca y la mano incrustada en los mejillones normales–supongo que también un poco enfadada–y me voy detrás de las Popitas, empujando mi propio carro y pegado a su culo, sin dejar espacio, para que otro no se cuele,   como cuando era taxista y tenía que seguir un coche a toda velocidad y sin perderlo. Al pasar por el mostrador del embutido, una señora nos ve y, con evidente nerviosismo, oigo que al dependiente le dice que ya está, que le haga la cuenta rápido que tiene prisa. Otras dos mujeres que conversan, con mascarilla y una pirámide de naranjas de por medio, se callan al instante y también al unísono de suman a la persecución. Ya somos cinco o seis personas persiguiendo las popitas pero consigo mantener la primera posición. Lo más difícil es contener a los locos que van apareciendo por ambos flancos, a derecha y a izquierda. A uno se le ha caído un cartón de huevos al suelo, ha sido tras un choque en la esquina del pan de molde y se han enzarzado en una discusión de las de insultarse y todo.

Por la megafonía se oyen las llamadas del encargado:  


— Por favor, mantengan la calma. Hay Popitas para todos—mientras esquivo un codazo con mi antebrazo y medio empujón sin demasiada mala intención.


— Sitúense aquí, por orden de cola—Nos ha ordenado el reponedor, gritando y con el ceño fruncido de la mala leche.

Y tras sosegar la cola a lo largo de la estantería de las patatas fritas, los frutos secos  y  demás aperitivos,… como era el primero he conseguido que me diera dos paquetes, por fin.

Ha valido la pena, son un regalo para Andrea porque la quiero y se lo merece.

Joan López – Mayo 2020