UNA HISTORIA DESDE EL CONFINAMIENTO: CAPITULO XXX
Mi padre tenía manía con el pelo, le gustaba llevarlo siempre corto y arreglado. Para él era un aspecto importante del ir “como Dios manda”, aunque sobre si creía en un Dios tengo mis dudas, la verdad. El que tenía que obedecer los sagrados mandamientos era yo, pero los suyos.
–Esta tarde vas a que te arreglen ese pelo que llevas, que pareces un jipi—me solía decir, normalmente a la hora de comer, cuando venía de trabajar y me lo veía largo… según su divino criterio.
–Solo voy despeinado—solía ser mi excusa, tan tenaz como su manía pero totalmente inútil.
–¡Que vayas y ya! Cuando salgas de la escuela, a esa hora “El capricho” ya está abierto, que tu madre te dé el dinero y derecho a que te pelen. Y cuando venga que no te tenga que ver así, como un jipi —y luego me repetía un par de veces lo de mi parecido con los jipis y su imagen desarreglada. “El capricho” era su barbería de referencia y del barbero no recuerdo el nombre pero debía ser San Pedro o San algo… por aquello de dejarte el pelo según los mandamientos de Dios.
A mi padre no le gustaba el pelo a lo jipi, aunque nunca lo llegué a tener realmente largo, no le importó que llevara unos pantalones acampanados que me cosió mi madre, ni tampoco una camisa floreada y colorida que tenía y, bueno,… cómo era pequeño, no llegué a saber lo que pensaba de la marihuana ni del amor libre.
El confinamiento te deja la cabeza acampanada, el pensamiento nebulosamente floreado y el pelo como un jipi.
Joan López – Último día de Abril de 2020
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