Cruzó la meta en segundo lugar y todos vieron como el corredor alzaba los brazos. Lo había conseguido. Con el puño cerrado golpeó el cielo varias veces y luego torció el torso hacia delante y, con las manos apoyadas en las rodillas, descansó hasta recuperar el aliento unos segundos más tarde. Ya erguido, andó unos pasos hacia una de esas vallas amarillas que ponen para que no pase la gente y se sujetó a ella en un intento de desatarse las zapatillas. Eran unas zapatillas último modelo, de las que usan los profesionales. Con una mano en la valla y a pata coja no pudo mantener el equilibrio. Tras varios intentos fallidos tuvo que sentarse en el bordillo de la acera, a los pies del público, envuelto en el griterío de los que animan y aplauden sin cesar, bajo la megafonía que iba nombrando a los que llegaban y eran conocidos. Consiguió, por fin, quitarse las zapatillas…
Levantó la mirada hacia donde yo estaba y me sonrió
Joan López
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