Este verano, José Luís se ha hecho una foto junto a la casa donde nací—Un parto difícil, según explica mi madre– y donde viví hasta que tuve seis años. Al apreciar su ruinoso estado, temo que cualquier día de estos se derrumbe, y que con ello se pierdan las fotos de mi primera niñez que guardo en mis recuerdos. Lo que son mis raíces, entre fachadas de blanco deslumbrante, oteando horizontes de olivos alineados. Los veranos, por la tarde, después de la siesta, cuando la sombra ya cubría las aceras, merendaba pan con chocolate y a días un hoyo de aceite, y jugaba con otros chiquillos a indios y pistoleros.
Muchas mañanas me despertaba por el vocerío de algún ambulante ofreciendo sus servicios, a veces el afilador con su bicicleta, a veces el cantarero con su borrico cargado de botijos, orzas, cazuelas y demás, algún “charlatán” vendedor de mantas aparcado en la explanada de enfrente y tratando de atraer a las mujeres ofreciendo novedosos bolígrafos de regalo, el panadero, el carbonero con la cara llena de tizne, el lechero y sus lecharas, y alguno más… Y yo, sacaba la cabeza por el ventanuco de arriba, y observaba el devenir diario de la calle Calzada de la Virgen. Aprendí a leer y a escribir un poco, unas casas más arriba, con una maestra retirada llamada doña Rosarito, pizarra y pizarrín en mano; y como no cobraba mucho teníamos que llevar algunas perras, no recuerdo si “gordas” o “chicas”, para sufragar la carbonilla diaria del brasero. Y es que los inviernos en Torreperogil los recuerdo fríos de narices. Los veranos al revés, mucho calor, que por algo llaman a esa tierra “la sartén de España”. Pero los veranos tenían el cine de verano al que iba con mi padre algunas veces, comprábamos unos garbanzos tostados a la entrada y a ver las películas de tiros,… ¡Porque las otras no nos justaban!
De la propia casa recuerdo claramente la chimenea, y a su alrededor dos sillones de madera y enea, y también una mecedora pequeña donde me quedé dormido más de una vez, al calorcillo del fuego y el olor del puchero haciéndose a las brasas; Y unas escaleras estrechas y empinadas por las que caí rodando en una ocasión…
Pero bueno, son demasiados los recuerdos “pa una sentá”…
Gracias José Luís por la foto de la casa donde yo nací.
Joan López
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