LO NUEVO COTIDIANO

UNA HISTORIA DESDE EL CONFINAMIENTO: CAPITULO XXIX

Llego del trabajo y Ana me está esperando asomada al balcón, como paseando al airecillo de primera hora de la tarde, la saludo desde abajo y le mando un beso de forma segura con la mano, me saluda con efusividad, da dos  o tres saltitos de alegría y se mete dentro rápido, cuando llego a la entrada el telefonillo está sonando y, aunque ya he sacado las llaves, claro, no tengo que usarlas y abro la puerta empujándola con la punta del pie y después con la rodilla, aprovecho la llave que llevo preparada para pulsar el botón del ascensor y no tener que hacerlo con el dedo, que no es muy seguro. Al llegar al tercero todas las puertas se me abren automáticamente y paso como si fuera el rey de España (u otra personalidad,  da igual), sin casi parar dejo las cosas y las llaves en el sitio habitual de dejar las cosas (cualquier sitio) por no dejarlas caer al suelo y voy directo a la cocina, a lavarme las manos con el jabón de lavar los platos y a secarme con el trapo de secar los cacharros. Mientras Ana sirve el primero, y el segundo porque es plato único (puré de verduras con carne), voy a la habitación a intercambiar la ropa de vestir por la calle dentro del coche  por un pijama de vestir por casa y pasear por el balcón. Cuando vuelvo al salón Ana está sirviendo el cava que sobró en Navidad y Andrea ya está sentada a la mesa pero todavía con la mantita de leopardo (es la que le gusta) cubriéndole los hombros, me dice “Hello” pero como en sueños… Comemos de las cuatro y cuarto hasta la hora habitual del gin-tonic.

En estos días todo es raro pero lo más  ha sido ver las mascarillas tendidas en el baño, de la mampara de la bañera y en una percha de camisas… de plástico.

Joan López – Abril de 2020