UNA HISTORIA DESDE EL CONFINAMIENTO: CAPITULO XVIV
Una gallina mala me perseguía por el corral y entré huyendo en la casa, pero con la mala suerte que suelen acompañar los tropiezos. Aterricé con la cara en el borde de un cubo de latón, de los de acarrear el agua y que alguien se dejó por medio. Sin tiempo para levantarme, la sangre empezó a manchar el empedrado del suelo, me asusté y me puse a llorar. El desespero y el llanto fueron a más con la Mercromina y porque se acercaba la hora, y porque todavía estábamos allí, a punto de la emergencia más que de Semana Santa.
A la procesión pude ir porque al final no fue para tanto, con mi atuendo de penitente, con capirucho y todo. La congoja de lo que pudo ser me acompañó a la procesión y me duró hasta la fotografía, como se puede comprobar si se mira mi cara con detenimiento.
Desde entonces las celebraciones me ilusionan pero sólo cuando ya han sido, es por el miedo a que algún tropezón las estropee. Cuando todo acaba, si ha ido bien, cierro los ojos y me sonrío por dentro, a veces con un suspiro, a veces con un lloro,… y ya está, la felicidad.
Joan López – Abril de 2020
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